Cardenal Porras: EN LA PEOR CRISIS DE LA REPÚBLICA, BATALLA CIVIL ES ÉTICA
Unidad para recuperar la justicia y la paz
HOMILÍA EN OCASIÓN DEL BICENTENARIO DE LA BATALLA ADE CARABOBO, A CARGO DEL SR. CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO, ARZOBISPO DE MÉRIDA Y ADMINISTRADOR APOSTÓLICO DE CARACAS. Catedral de Valencia, 24 de junio de 2021.
“Reencuentro no significa volver a un momento anterior a los conflictos. Con el tiempo todos hemos cambiado. El dolor y los enfrentamientos nos han transformado…Los que han estado duramente enfrentados conversan desde la verdad, clara y desnuda” (Fratelli tutti 226).
Queridos hermanos
Con la venia del Sr. Arzobispo de Valencia, Mons. Reinaldo del Prette, agradezco el honor de presidir esta solemne eucaristía, para conmemorar el bicentenario de la segunda batalla de Carabobo. El sol de Carabobo iluminó el camino de la patria naciente, con dolores de parto y sangre derramada, para que la libertad y el bienestar colectivo, hicieran posible la paz.
Hace hoy exactamente cincuenta años que el Episcopado nacional se congregó en esta misma majestuosa catedral para concelebrar la eucaristía, la más perfecta acción de gracias al Dios de la historia con motivo del Sesquicentenario de la gloriosa Batalla de Carabobo. En esa ocasión, el Obispo diocesano, el siempre recordado y afable amigo Mons. José Alí Lebrun Moratinos dijo en su homilía: “En este célebre santuario, en el que Dios habita en medio de los hombres, resuena plena, jubilosa, sonora esta acción de gracias por los 150 años del Triunfo de Carabobo. Venezuela entera estuvo presente en la llanura inmortal para crear definitivamente la patria. Hoy, agradecida, concurre de nuevo por el ministerio sagrado de sus Obispos para ofrendar al Dios de las naciones la hostia pura, santa e inmaculada”. Y en sus palabras evocó “la decisión inquebrantable que Bolívar proclama en Angostura en el Discurso de Instalación del Consejo de Estado: ‘Somos un pueblo cristiano que nada puede segregar de la Iglesia Romana”.
El Bicentenario de la Batalla
Es sin duda motivo de especial celebración nacional, conmemorar el bicentenario de la batalla de Carabobo, considerada como la gesta más importante para la independencia de Venezuela. Se llega a Carabobo, después de una larga década de guerras y asonadas, la más larga y cruenta del continente, que diezmó los recursos humanos y naturales que se habían fraguado en las últimas décadas coloniales. Hubo la convicción en ambos bandos de que la regularización de la guerra y la necesidad de un armisticio o salida a la crisis tenía que conducir a un final más humano y racional que superara la absurda guerra a muerte que sacrificó a hombres y mujeres, a niños y ancianos, sembrando el pánico, la muerte y el éxodo forzado.
Si bien la guerra de Independencia proseguiría hasta 1823, esta batalla marcó el debilitamiento de las fuerzas realistas en Venezuela y dio oportunidad para el inicio de la Campaña de Occidente, una expedición militar comandada por Páez entre 1821 y 1823 para el completo control del territorio venezolano, y el comienzo de la Campaña del Sur liderada por el Libertador Simón Bolívar que condujo a la liberación de los territorios de Ecuador, Perú y Bolivia.
Seamos conscientes de que la libertad y la paz de buena parte del continente estuvo siempre en la mira de nuestros libertadores, sin mezquindades ni prebendas. Fuimos y debemos ser fautores de entendimiento, de fraternidad y solidaridad con nuestros hermanos latinoamericanos y no piedra de escándalo, de división y de exclusiones que no conducen al bienestar sino a la discordia, mayor pobreza y desigualdad.
Esta vocación de sensatez y unidad se hizo presente desde los inicios alertando no dar pie “a los supersticiosos satélites de la discordia”, saliendo al paso a la permanente tentación de actuar individualmente, sin tomar en cuenta tanto la realidad como a los otros miembros de la sociedad. Hacemos nuestras las palabras del Cura y Vicario Eclesiástico de Coro, Josef Perfecto Fernández de Lugo, quien después de la batalla escribió: “… derramando vuestras almas en la presencia del Señor bendecidle sin cesar, porque se ha dignado concederos esta venturosa paz, que mirabais tan lejos de vosotros; una paz que no ha sido de la victoria, ni del combate; una paz que trae su origen de la santidad y dulzura de las leyes de Colombia, y que está apoyada en la magnanimidad del modesto General que conduce ese exército de hermanos, de amigos y libertadores de vuestro país. (…) la segunda vida que os concedió el Cielo…Que en fin no haya entre vosotros [habitantes y defensores de Colombia] sino un solo lenguaje, una sola opinión, un solo sentimiento, como que ya pertenecéis á la nación de los héroes, á la nación Colombiana: no oigáis las voces seductoras de los enemigos de vuestro reposo. Unidos constantemente al gobierno, obedeced sus órdenes: esta es la voluntad divina: Dios os manda á vosotros a que la cumpláis, y á mi que las intime. Inalterables en el sistema que habéis adoptado, decid á los supersticiosos satélites de la discordia, que vuestra causa es la del género humano, y que el cielo no se opone jamás a su libertad y felicidad natural”. (“Pastoral del Sr. Vicario de la Ciudad de Coro…”, en Correo del Orinoco, n°114, 29-09-1821).
El Bicentenario de Carabobo es, debe ser, pues, ocasión propicia para hacer memoria viva. No es una efemérides del pasado, tiene vigencia y actualidad si nos preguntamos si la batalla de la libertad, la igualdad y la fraternidad está ganada, o es materia pendiente, para que Carabobo sea signo de liberación de los males que aquejan a la sociedad venezolana.
Un proceso eminentemente civil
La Independencia no fue solo un hecho de armas sino un proceso político que comenzó el 5 de julio de 1811 con la firma de la declaración de Independencia en el Congreso. Un hecho eminentemente civil y republicano, a partir del cual, y como definición del proyecto político se desarrolló, y terminó incurriendo en el enfrentamiento armado para afirmar y conquistar la práctica de los principios republicanos que se plantearon en 1811. Tanto el triunfo de la batalla de Carabobo como toda la gesta de nuestra Independencia es mucho más que un hecho de armas ejecutado exclusivamente por militares.
La tradición gubernamental venezolana ha privilegiado casi siempre, las gestas militares dejando en la penumbra o en el olvido el aporte del mundo civil. Una nación se construye y consolida con el trabajo y la participación de todos los estratos civiles de la sociedad. El progreso material y espiritual es fruto de lo que se edifica en la paz: el marco legal que garantiza la igualdad ciudadana, la investigación, la educación integral, el emprendimiento de personas e instituciones privadas, el desarrollo de políticas armónicas que generen bienestar colectivo. Es la obra mancomunada de la pluralidad de actores, protagonistas, no simples ejecutores de las iniciativas o caprichos de los que conducen un país. La democracia es el arte de unir la diversidad, asumiendo las necesidades y anhelos de la sociedad. Somos ciudadanos libres no soldados ni esclavos sin voz ni voto.
“Debemos recrear la política y el ejercicio del poder en clave de servicio para que nuestra democracia basada siempre en la soberanía popular y en la división de poderes, sea auténtica y representativa de los intereses del pueblo. El poder siempre es servicio, de lo contrario se corrompe” (Episcopado Argentino 18). Es la permanente tarea de la sociedad para que el poder no se convierta en el único referente y dueño de vidas y bienes.
Más allá de la batalla, la construcción de la República
Luego del episodio militar de Carabobo quedó pendiente el proceso de formación y construcción de la República; primero en el contexto de la unidad colombiana y luego de 1830 con la formación de la República de Venezuela. Se desdibujó en el resto del siglo XIX, entre asonadas y guerras fratricidas que generaron mayor pobreza y exclusión de los vencidos. El triunfo militar en Carabobo debe servirnos a todos los venezolanos para entender que es el momento del encuentro para consolidar las exigencias del proyecto republicano con el apoyo de todos: ciudadanos, civiles, hombres y mujeres, pueblo y soldados, letrados e iletrados.
Quien tiene los medios para vivir una vida digna, en lugar de preocuparse por sus privilegios, debe tratar de ayudar a los más pobres, para que puedan acceder también a una condición de vida acorde con la condición humana, mediante el desarrollo de su potencial humano, cultural, económico y social. Es la obligación de todo el que pretende erigirse en ductor social.
Hay que librar muchas batallas en la vida cotidiana de nuestros pueblos. Las guerras dejan heridas y generan divisiones difíciles de sanar. Pero las batallas de cada día, pasan por la superación de los problemas que impiden la convivencia. Todo indica que la actual crisis que vive Venezuela es la mayor de toda su historia, más exigente que la que nos condujo a la república independiente. Es una batalla ética y espiritual que tenemos que librar. El Papa Francisco nos recuerda la necesidad de cultivar la fraternidad, reconociendo la dignidad de cada persona humana, haciendo renacer entre todos el deseo mundial de hermandad.
Tenemos sed de reencontrarnos como hermanos. “Reencuentro no significa volver a un momento anterior a los conflictos. Con el tiempo todos hemos cambiado. El dolor y los enfrentamientos nos han transformado…los que han estado duramente enfrentados conversan desde la verdad, clara y desnuda…sólo desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer el esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de intentar una nueva síntesis para el bien de todos. La realidad es que el proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo. Es un trabajo paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuete que la venganza” (Fratelli tutti 226).
De la pandemia debemos salir no para volver atrás, sino para ser mejores o peores de como estábamos antes. El bicentenario podemos celebrarlo como un aniversario más, sin consecuencias en la vida de nuestra sociedad. Sería un pecado que clama al cielo, pues la fragilidad y debilidad de la condición humana y del entorno ecológico tiene que ser mimado y cuidado en extremo. Necesitamos recomponer de raíz la vida ciudadana, para que los principios republicanos de libertad, igualdad y fraternidad, sean algo más que un simple eslogan vacío. La democracia es tarea pendiente e inconclusa en nuestro entorno vital.
El Bicentenario de Carabobo nos lleva a replantear
1.- LA UNIDAD: 1821, fue un tiempo en que se buscaba la paz y la unidad nacional en torno a la república. Quedaban casi allanadas todas las opiniones contrarias, los «satélites de la discordia». Fue la tarea titánica que encontró los escollos de las apetencias parciales de quienes querían apropiarse la exclusividad de la conducción del país. Hoy, en 2021, esa paz y unidad están ausentes. Dialogar y negociar, dar pasos concretos globales en esa dirección, son materia irrenunciable y urgente.
No hay unidad, cuando millones de compatriotas sólo encuentran un alivio temporal a su desasosiego en el silencio obligado, el exilio y la emigración, que rompen la unidad familiar, y deshace los vínculos naturales de sociabilidad. No hay unidad cuando la integridad territorial está en entredicho por el dominio de poderes fácticos. No hay unidad, cuando se excluye de la deliberación pública a una porción mayoritaria de la opinión, sometiéndola a una unanimidad intolerable o a un tácito avenimiento. No hay unidad cuando se impone la discordia, confundiéndose la calma con una imposición parcial desde el poder y no con la concordia compartida por todos.
Dar signos concretos nos llevarán a renovar la esperanza y allanar las opiniones de los “satélites de la discordia”. La ayuda humanitaria que pasa en estos momentos por la vacunación masiva y la atención alimentaria y sanitaria de todos, con preferencia por los más pobres, no puede esperar. Es un primer paso que no excluye una visión más englobante de la necesidad de cambios radicales.
2.- RECUPERAR LA JUSTICIA Y LA PAZ: La justicia se define con la imagen de una figura con los ojos vendados para que no haya preferencias sino equidad. Nuestra historia está plagada de buenos y malos ejemplos. Los tiempos que corren muestran muchas grietas que hay que corregir. El deterioro actual del poder judicial y moral, por su dependencia del ejecutivo, genera desigualdades y abusos, dejando a las personas desasistidas de sus derechos. El Concilio Plenario de Venezuela señalaba que “Hay una apariencia de paz, una pretensión de estabilidad que se mantiene por la represión y el miedo. La emigración y la desigualdad exacerbada por la pandemia son, en buena parte consecuencia de esta situación. No hay paz ni justicia la deficiencia en la administración de justicia, la crisis del sistema penitenciario y la ineficiencia de los organismos de seguridad, son aspectos innegables de la crisis social” (CPV. La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad, 27). la violencia delincuencial hace de las suyas, no sólo en las zonas fronterizas, sino en todo el territorio, dejando en el desamparo a los más vulnerables. No hay paz ni justicia donde persisten situaciones estructurales de pobreza, de miseria y de explotación, ante la mirada indiferente de la autoridad. No hay paz ni justicia, cuando las violaciones a los Derechos Humanos permanecen impunes, y sólo se alega ante ellas una defensa de la soberanía del Estado por encima de la soberanía popular.
La autonomía e independencia de los poderes públicos es el mejor antídoto para evitar los abusos. Por ello la reforma del Estado de derecho es una prioridad para que la igualdad reine y la seguridad anide en los corazones y mentes de la gente.
3.- LIBERTAD y FELICIDAD NATURAL: Esa fue la lucha de prelados, juristas, militares. En el campo de Carabobo y en los salones deliberantes de los Congresos Constituyentes de Angostura y Cúcuta. Se reconocían unos derechos, desde una visión ilustrada pero también iusnaturalista, de la vida y la libertad, derivándose de ella la propiedad, la expresión la asociación. Derechos originales de nuestra vocación republicana, que se proyectan hasta el presente como Estado Social de Derecho y de Justicia.
Necesitamos hoy día, diputados deliberantes que representen los intereses del pueblo antes que los de cualquier parcialidad política, social, económica o religiosa. Es la manera de devolverle al pueblo la credibilidad y la confianza en la dirigencia. No basta el alivio de algunas penurias materiales para un reducido sector de la sociedad; los datos objetivos sobre la pobreza, la desnutrición, la crisis social, sanitaria y humanitaria, reflejan que aún las mayorías viven fuera de la paz. No puede haber república cuando se ha disuelto la cosa pública; cuando millones de personas se encuentran incapacitadas de su meta trascendente por el agobiante peso de las desigualdades.
Desde todas sus voces, la Iglesia venezolana ha buscado conciliar, abrir espacios, tender puentes. Se asoman nuevas oportunidades para ello, pero han de hacerse a conciencia, deponiendo actitudes extremas, ya en la prolongación de un statu quo intolerable, o en la invocación a una guerra que no desean las mayorías venezolanas. Como señalamos al inicio los caminos de reencuentro comienzan desde la verdad. “En efecto, la verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas… Cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas. La violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible” (Fratelli tutti 227).
4.- ¿QUIÉNES SON LOS RESPONSABLES?: No podemos eludir responsabilidades. Todos somos responsables, pero unos más que otros. Como ciudadanos tenemos la obligación y el derecho de participar en el debate público, en el ofrecimiento de nuestras capacidades, en la presentación de alternativas. Siempre en la búsqueda de soluciones pacíficas y racionales, desechando toda violencia indebida.
Los libertadores de la república intentaron, en los límites de su humanidad, darnos ejemplo de servicio, de sacrificio, y de abnegación. No vivían en un ambiente de lujo y distancia que pusiese en entredicho su vocación republicana; más al contrario sufrieron múltiples calamidades. Rechazaron la injusticia donde era evidente, y buscaron la concordia cuando era posible, tal como era la responsabilidad que asumían. Aquello que no lograron instituir, quedó como proyecto para un país que sigue pendiente, tras dos siglos de búsqueda. Los que perdieron el rumbo y sucumbieron en la búsqueda de privilegios, trastornaron la convivencia. Por ello, la alternancia en el poder es el mejor antídoto para que el soberano decida en conciencia su futuro. Es una de las diferencias esenciales entre la democracia y la dictadura.
“Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad. Pero deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder” (Fratelli tutti, 159).
5.-INVOCACIÓN: En el marco de esta acción de gracias eucarística por los retos y beneficios del bicentenario de Carabobo, elevemos nuestra mirada a lo alto. Como bautizados tenemos la obligación de hacer discernimiento de las exigencias de la fe en la vida pública. El compromiso cristiano exige construir el Reino de Dios, ,y ése pasa también por las estructuras temporales.
Sigamos el ejemplo del segundo Obispo de Valencia: “El Excmo. Mons. Dr. Salvador Montes de Oca, el de la mitra centelleante de heroísmo y resplandeciente de martirio, fue así mismo un fervoroso devoto de lo que ese Campo (Carabobo) significa y simboliza. Al día siguiente de su consagración episcopal, como si ello fuese un rito complementario, fue a visitarlo. Una vez allí, descubierta la cabeza, guardó silencio y oró emocionado. Es sabido que cuantas veces pasó por ese afortunado sitio, y fueron muchas por exigencias de su apostolado, se detuvo, guardó silencio respetuoso y musitó una plegaria” (1.5.)
Madre Amantísima del Socorro, patrono de esta iglesia que peregrina en Valencia, aquí a tus pies ponemos el presente y el futuro de nuestra patria. Danos la fortaleza que nace de la cercanía con tu Hijo Jesús, para que seamos luz y sal. Que seamos acogedores de todos sin distinción. Que tengamos la apertura y anchura de corazón para que el Campo de Carabobo sea signo de liberación y serio compromiso de reencontrar la Venezuela que soñamos. Que tu bendición nos dé la paz y la ternura que te hizo grande y madre de todos. Que así sea.