Las peores reformas, las inspiradas por la ‘anti-política’
Estimadas lectoras, estimados lectores,
hace unos días, en Chile, la Comisión de Sistema Político de la Convención Constitucional aprobó, en una votación ajustada, la fórmula de un Congreso unicameral. Unas cuantas voces han salido a celebrarlo con el argumento de haberse deshecho, por fin, de una institución expresiva de una democracia tutelada y excluyente. Otras tantas miran con profunda preocupación este avance, todavía pendiente de su aprobación final. ¿Es mala idea tener un Parlamento unicameral? No necesariamente. La evidencia empírica señala que son mayoría en el mundo: hay 113 de este tipo frente a 79 bicamerales. Es sólo un dato que requiere de otros para sacar alguna conclusión que sirva como principio guía.
Muchos parlamentos unicamerales se ubican en países no democráticos pero no se puede establecer una relación causal, ni siquiera una correlación entre estas dos variables. Costa Rica, Dinamarca, Nueva Zelanda y Portugal los tienen y son democracias consolidadas. Hay otras cuestiones a las que cabe mirar con detenimiento, sin dogmatismos ni espíritu de resistencia al cambio, pero sí llamando a la comprensión profunda de contextos y articulaciones sistémicas: 1) la combinación del uni o el bicameralismo con otras instituciones, en especial la descentralización política; 2) los costes que tiene el cambio y sus condicionantes; 3) la relevancia del sistema electoral y de representación para fortalecer la democracia, y 4) las expectativas, fundadas e infundadas, que acompañan la reforma.
Las instituciones operan en sistema, no son elementos aislados. Así, por ejemplo, la discusión sobre la forma del Parlamento se vincula directamente con la discusión sobre la descentralización. Descentralizar no es sólo conceder autoridad a las regiones, sino garantizarlas también incidencia en las decisiones nacionales. (Esto se desarrolla con detalle en uno de los artículos que trae esta Far West).
Los costes del cambio deben considerarse. Perú transitó a la unicameralidad con la reforma constitucional impulsada por Alberto Fujimori. No salió bien; no siempre sale mal. Suecia cambió en el siglo XIX para, en una línea similar al alegato de algunas voces en Chile, alejarse de la dominación aristocrática, y eso proporcionó una base sólida para lo que siguió (mi agradecimiento a Laurence Whitehead por este apunte). Chile ha sufrido bajo el sistema amañado de 1980 y he ahí uno de los principales argumentos con los que se defiende la unicameralidad. Pero hace falta pensar en las otras instituciones que acompañan para, entre otras cosas, garantizar un tratamiento adecuado de la legislación. Hay más, porque no sólo había un déficit en el carácter tutelado de la democracia chilena, sino también en la profunda debilidad de los lazos representativos.
La representación no se ve automáticamente beneficiada por eliminar el Senado, y pudiera verse seriamente perjudicada si no se establecen otros mecanismos complementarios. Según el sistema electoral por el que se opte, el unicameralismo en Chile, donde la región metropolitana concentra casi la mitad de la población, supone un serio obstáculo o a la representación (para que en una sola Cámara de representantes las regiones tengan poder, la población de la región Metropolitana debiera estar severamente infra-representada) o a la descentralización (con dos tercios de la Cámara única se podría re-centralizar el poder y no se crean, o son débiles, los mecanismos para coordinar verticalmente las políticas).
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Señala Rogelio Núñez, pensando el escenario latinoamericano y con Costa Rica en la mira, que se ha producido una creciente ‘peruanización’ de la política observada en la volatilidad, la fragmentación y el incipiente riesgo para sostener la gobernabilidad.
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«Haciéndose cargo de la necesidad de cambio real y no cosmético de las instituciones vigentes en Chile», Julieta Suárez Cao, Valeria Palanza y Javiera Arce-Riffo proponen una innovación que mejoraría la estructura del Legislativo y que no implicaría eliminar, sino más bien reformar completamente, la segunda Cámara. Publicado en El País.
Buena lectura y hasta la próxima,
Yanina Welp
Coordinadora editorial