Daniel Ortega: un presidente acorralado

Por: Edmundo González Urrutia

Luego de once años aferrado al poder, Daniel Ortega enfrenta una convulsa situación política desde hace varias semanas que, lejos de apaciguarse, se mantiene muy firme con el respaldo de amplios sectores de la sociedad nicaragüense.

Más allá de las motivaciones originales de la protesta: una reforma del sistema de seguridad social que comportaba un aumento de las contribuciones de los empleadores y trabajadores, lo cierto es que el fondo del malestar popular está en el rechazo a un modelo político intolerante y represivo, crecientemente autoritario, que demolió las instituciones democráticas, una corrupción rampante, y que utiliza a grupos de choque armados para acallar a los opositores.

Ortega ha dominado la escena política gracias a la cooptación de otros poderes del Estado, al control sobre el desacreditado Consejo Supremo Electoral, el cerco sobre los medios de comunicación y una oposición política diezmada y debilitada con partidos políticos proscritos y dirigentes inhabilitados. Además se alineó con una parte del sector empresarial con quien mantiene unas pragmáticas relaciones que le permitió aumentar las inversiones extranjeras y mantener niveles de crecimiento económico por el orden del 4.7%. Y no menos importante,   tejió una estrecha alianza con el gobierno de Venezuela lo cual le permitió ingentes recursos para construir una red clientelar, comprar aliados y  perpetuarse en el poder mediante una controversial y fraudulenta reforma constitucional.

Al frente en la gestión de esta crisis, Ortega ha designado a Rosario Murillo, su esposa y Vicepresidente de la República, un personaje controversial y extravagante que es considerada por muchos como el verdadero artífice del poder y quien juega un papel clave en el manejo del gobierno y las políticas oficiales. 

Con el transcurrir del tiempo, la rebelión popular ha aumentado así como las exigencias para que la pareja presidencial abandone el poder. Las masivas manifestaciones se han extendido por buena parte del país y la represión del ejército, los cuerpos policiales y los grupos para militares del FSLN ya han ocasionado varias decenas de muertos, centenares de heridos y detenidos.

La iglesia católica ha intervenido para poner fin a la crisis. Destacadas figuras vinculadas al sandinismo han calificado la situación como insostenible y exigen una salida constitucional. La decisión anunciada por el ejército de que no reprimirán a los manifestantes y el ultimátum dado al gobierno por la Conferencia Episcopal exigiendo señales creíbles para iniciar el diálogo, podrían precipitar los acontecimientos.

Lo que sucede en Nicaragua no puede ser analizado fuera del contexto internacional de hoy cuando han ocurrido giros y reacomodos estratégicos importantes. Nada como la historia para analizar los hechos políticos. Ortega es lo suficientemente hábil para comprender que tal vez llegó el momento de hacer lo que hizo en 1990 cuando reconoció su derrota electoral frente a Violeta Chamorro. Y como dijo el mítico sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal: “lo que queremos es que haya otro gobierno”.

14 de mayo de 2018

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