El desafío populista a la democracia | Ponencia en Chile

Ponencia presentada en la Universidad de Cervantes de Chile
Orador: Ramón Guillermo Aveledo(1)

El populismo es un tema recurrente en la historia de América Latina. Tanto que se lo asocia más con nuestra región que con cualquier otra parte del mundo. “Una tradición política especialmente prevaleciente en América Latina” estima Robertson (2).

Cuando se lo menciona, pocos piensan en los naródniki insurgentes en la Rusia zarista, o en populistas norteamericanos de finales del Siglo XIX, precisamente en los tiempos de la más formidable expansión económica. Estos también fueron un fenómeno rural, granjeros descontentos del Sur y el Oeste constituyeron un partido con propuestas en materia impositiva, monetaria y de propiedad estatal sobre los ferrocarriles, triunfante en varias gobernaciones estadales y con asientos en el Senado y la Cámara.

En las transformaciones económicas hay “perdedores” que es lógico que se organicen y se movilicen. Estas transformaciones pueden ser por modernización, por crisis de un modelo o por la concurrencia de ambas.

Un estudio reciente con aval de la Universidad de Cambridge distingue entre el “populismo de inclusión” de Chávez-PSUV en Venezuela y Morales-MAS, en Bolivia, y el “populismo de exclusión” de Le Pen-FN en Francia y Haider-FPÖ, en Austria (3) . Si juzgamos por el enunciado el populismo, como el colesterol, podría ser bueno o malo. Tal vez la distancia y/o la proximidad, o acaso el prejuicio, incidan en la valoración. La verdad es que no existe consenso en la literatura política en cuanto a la especificidad del populismo. En las dificultades para una definición capaz de abarcar todo lo que así se ha llamado, pues lo ha habido de derecha, de izquierda o sin ideología definida o aproximada, si algo queda siempre claro es que lo nutren los que están afuera y abajo. Porque en todo populismo, la lucha política es una entre pueblo y élite. ¿No lo hemos oído en otra parte? Está escrito en el Manifiesto de Marx y Engels (4) , “Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de la lucha de clases”, lo cual no hace, desde luego marxistas a todos los populistas. Pero es muy obvio, y no debería ser desdeñable, que comparten el contenido de confrontación clasista.

Enrique Haro Tecglen recuerda que el populismo “se utilizó (…) para explicar que el pueblo tiene siempre razón; los políticos, o clase política, están adulterados por su trabajo y por sus finalidades de poder (…) Los nuevos políticos tendrían que salir del pueblo. La finalidad de la política ha de cumplirse fuera de las instituciones y los partidos existentes .” (5)

En lo económico, populismo es distribución, sin consideración de los mecanismos de generación y circulación de la riqueza, especialmente del mercado. Así se explica que resulten propicias para que se manifieste épocas de bonanza económica, generalmente por el aumento de las materias primas, como los que tuvimos en la postguerra y a partir de los primeros años del siglo XXI. Propicias pero no exclusivas, dado que las crisis generadas por la escasez o la penuria, así mismo pueden plantear la desigual distribución de las cargas y, por lo tanto, reclamos de vastos sectores sociales que pueden convertirse en movimientos políticos, incluso de signo populista.

Entre las características del populismo que son normalmente mencionadas tenemos las siguientes: una noción de política como el enfrentamiento entre pueblo y elite; liderazgo carismático basado en una relación directa entre el líder y el pueblo y en las habilidades de comunicador del primero; nacionalismo extremo; la figura del enemigo externo en la forma del poder imperial (6) que busca someter a los pueblos; confusión entre Estado, partido, líder y cuerpos intermedios como los sindicatos y otros, y en consecuencia propensión a conductas autoritarias; movilización permanente de los grupos que lo apoyan.

El uso más frecuente del término populismo es peyorativo. La derecha, especialmente la Liberal, ha llamado “populistas” a partidos, gobiernos e incluso políticas públicas o medidas de intervención del Estado en la economía con orientación social. Socialistas y comunistas han tachado de “populistas” a los partidos o gobiernos reformistas con fuerte apelación a las masas populares, pero que no son revolucionarios.

Sin embargo, puede haber, y ha habido, como es históricamente comprobable, experiencias revolucionarias cuyos cuerpos de pensamiento contienen, naturalmente, poderoso ingrediente antipolítico, y que se valen de los recursos del populismo: discurso, estilo, estética, al servicio de proyectos que no sólo buscan el control del poder sino darle al mismo un determinado contenido que no es ideológicamente impreciso. Ocurrió con el fascismo y el nacional socialismo, también ha ocurrido en el socialismo como transición al comunismo.

Conviene estar prevenidos ante el uso de concepciones y prácticas populistas por parte de revolucionarios de signo marxista, que podrían confundir al analista simplista o prejuiciado.

Tal es el caso del fenómeno que ha adquirido, con origen democrático y métodos propios del populismo, un creciente control del poder público venezolano, pero cuyo objetivo formalmente declarado es la construcción de un tipo de sociedad claramente identificado.

A despecho de que el artículo 2 la Constitución, promulgada en 1999 tras un proceso constituyente promovido por el Presidente de la República, define a Venezuela como un Estado democrático uno de cuyos valores superiores es el pluralismo, el anti pluralismo oficial se manifiesta en reiterados actos del Poder Público. El Proyecto Nacional Simón Bolívar de desarrollo económico y social de la Nación 2007-2013 es denominado oficialmente Primer Plan Socialista. Las leyes del Poder Popular y del Estado Comunal, cuatro de ellas dictadas el 21 diciembre de 2010, cuando ya se había elegido una nueva Asamblea Nacional más equilibrada y plural que habría de instalarse el 5 de enero de 2011 y una previamente en 2009, señalan un camino ideológico nítido. La del Poder Popular en sus fines (Art. 7) “construir las bases de la sociedad socialista” y “promover los valores y principios de la ética socialista”. La de los Consejos Comunales, en los principios y valores (Art. 3) “con el fin de establecer la base sociopolítica del socialismo…” La de las Comunas “se rige por los principios y valores socialistas” (Art.2) y su propósito (Art.6) es la edificación del Estado Comunal “como tránsito hacia la sociedad socialista…” La de Contraloría Social, entre sus finalidades (Art. 5) “Impulsar (….) programas y políticas en el área educativa y de formación ciudadana basadas (…) y en la ética socialista, especialmente para niños, niñas y adolescentes…” La de Sistema Económico Comunal, entre sus finalidades (Art. 4) “Incentivar en las comunidades y las comunas los valores y principios socialistas…” (7)

Los intelectuales y políticos venezolanos de formación, tradición de pensamiento o militancia en el socialismo marxista no están unidos en su caracterización del actual régimen. Entre sus críticos, que son la mayoría y, en todo caso, los más reconocidos, unos disputan abiertamente su identificación socialista y probablemente no tendrían inconveniente en coincidir con Haro Tecglen en que “Hoy el populismo parece otro nombre del fascismo” (8) ; otros lo emparentan con el denominado socialismo real conocido durante el siglo XX, del cual sobreviven unos pocos ejemplos y cada día más cambiados. Los hay también, nacionales y extranjeros, que saludan el “socialismo del siglo XXI” como la buena nueva en el campo revolucionario.

Una vez dejada clara la especificidad de ese caso, regresemos al tema principal. ¿En qué consiste el desafío populista a la democracia?

El populismo reta las reglas de la democracia, sus procesos y sus canales de participación, porque en realidad impugna sus supuestos básicos. Tanto su validez como su efectiva vigencia. La política florece rectamente –escribe Yepes Boscán- en la ética del hombre libre (9). ¿Cuáles son las bases de esa ética? Están en el “código de la moralidad social y política (…) cuya validez está implícita en el cuerpo fundamental de una sociedad de hombres libres” (10) , es decir derechos y libertades de la persona humana, derechos y libertades políticas, sociales y sus deberes consiguientes respecto del bien común; gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo y sus consecuencias, proscripción de la violencia, igualdad, justicia; convicción y amor a la patria.

Ante la predecible crítica a tales afirmaciones de que ellas están impregnadas de idealismo, que la vida real no funciona de ese modo, que los seres humanos de carne y hueso con sus debilidades y su carencias, así como la natural imperfección de sus obras pertenecen a un mundo más cercano y contaminado, respondo que estoy perfectamente consciente de todo eso, y precisamente por esa consciencia es que estoy convencido que la democracia no debe nunca renunciar a sus ideales. Que la tensión permanente entre el ser y el deber ser le ayuda a no perder el rumbo, a defenderse y a desarrollarse. Que olvidar esos ideales la ponen en riesgo fatal.

Como se trata de un desafío insidioso, al populismo hay que enfrentarlo y derrotarlo desde sus raíces. A los valores democráticos firmemente arraigados, hay que desarrollarlos en una vida democrática efectiva que genere igualdad por la cual velan instituciones sólidas.

Las democracias tienen que esmerarse, y vencer, en el combate contra las desigualdades y por la construcción de instituciones. Podríamos decir que a mayor igualdad y mejor institucionalidad, menores posibilidades del populismo. Dado que la desigualdad y la debilidad institucional son agentes que propician la aparición del desafío populista.
Aún cuando ha avanzado mucho la modernización económica en el conjunto de América Latina, con excepciones conocidas, y cuando la región ha sido capaz de capear el temporal de la crisis mundial con bastante solvencia, e incluso recuperado el crecimiento, la nuestra sigue siendo tierra de desigualdades. Entre los primeros veinticinco países del mundo en el Indice de Desarrollo Humano adaptado a la desigualdad, no aparece ningún país latinoamericano. En cambio, siete de los 13 países con más alto coeficiente de Gini son latinoamericanos y caribeños, cinco son africanos y uno asiático (11).

Y a esta desigualdad de origen socio-económico, hay que agregar –dada su estrecha interrelación con ésta y a la complejidad que aportan al trabajo por hacer- las otras desigualdades. Como la desigualdades entre grupos étnicos, de género, entre población urbana y rural, entre nacionales o inmigrantes, por ubicación geográfica como la diferencia sierra-costa, entre nacionales e inmigrantes y entre la percepción de posibilidad de disfrutar de protección legal a sus derechos.

Y está la cuestión de las instituciones. Con excepciones notables y admirables, aunque no por ello deberíamos confiarnos y considerarlas invulnerables, a los latinoamericanos nos ha costado más avanzar en el desarrollo institucional que hacerlo en otros campos del progreso social. Y ese retraso le da una peligrosa endeblez a los avances alcanzados.

En las sociedades modernas, la democracia es un concepto vacío si no existen instituciones que la respalden o la materialicen. El problema parece radicar en la incapacidad de muchos de nuestros sistemas políticos en crear instituciones duraderas y eficientes. La participación en sí misma no constituye un objetivo político superior si no se da en un marco institucional adecuado que facilite el consenso, la libertad de expresión, el “acomodo” de los distintos intereses y puntos de vista, el respeto a las minorías y en general el fortalecimiento del Estado de Derecho.

Instituciones fuertes, creíbles, debemos aprender a construir, que hayan superado las pruebas del tiempo y de la utilidad social y el reconocimiento de ella. Instituciones públicas y privadas.

En lo público, poder Ejecutivo eficiente. Que el ciudadano sienta que los impuestos se administran bien y están representados en obras y servicios, sobre todo en aquellos estrechamente relacionados con la cohesión social, como educación, salud, vivienda seguridad social. En este punto, la educación es estratégica, tanto por ser la gran niveladora, la principal promotora de la igualdad, como por su carácter de difusora y promotora de los valores democráticos. Transformación de la gestión pública adecuándola a las demandas actuales y futuras.

Poder Legislativo que represente, legisle y controle. Poder Judicial que administre justicia con idoneidad, imparcialidad e independencia. Instancias de poder local e intermedio (estadales, provinciales, departamentales) con capacidad de decisión. Todo ello en un contexto crecientemente participativo.

Finalmente, al ver el populismo como un desafío a la democracia, estamos obligados a plantearnos también cómo puede la democracia permitir que el populismo se desarrolle en su propio seno, analizarlo como una enfermedad propia del organismo democrático. En su esclarecedor texto Crick nos alerta: “Sin elemento democrático, un estado será oligárquico o despótico; si la democracia sola prevalece, el resultado es la anarquía, la oportunidad de los demagogos para convertirse en déspotas (12).” Partiendo de que “El aburrimiento hacia las verdades establecidas es un gran enemigo de los hombre libres”l académico inglés que ve la política como la manera de gobernar sociedades divididas sin violencia indebida o innecesaria, nos invita a defender la política de la ideología, del nacionalismo, de la tecnología y, por cierto, de la democracia. También a defenderla de sus amigos, sea el conservador no político, el liberal apolítico o el socialista anti-político.

En su interesante trabajo, el cual traspira contemporaneidad, Rocha (13) puntualiza que la primera característica del populismo es “…apoyarse en líderes mesiánicos, carismáticos, que por el uso de la palabra y la demagogia, establecen una relación directa con las masas, relación que prescinde de cualquier mediación parlamentaria, representativa.” En este punto, encuentro perfectamente pertinente preguntarnos si ¿No es el populismo una denominación contemporánea, un circunloquio para referirnos a la demagogia?

Ello nos lleva a los orígenes. La cuestión ya estaba planteada con insuperada lucidez por Aristóteles en La Política. A veces, por evidente no lo vemos y por sabido lo olvidamos. La demagogia es la desviación de la república, como la tiranía lo es del reinado y la oligarquía de la aristocracia. No solo es su desviación, también es su perdición.

“La tiranía es una monarquía que solo tiene por fin el interés personal del monarca; la oligarquía tiene en cuenta tan solo el interés particular de los ricos; la demagogia, el de los pobres. Ninguno de estos gobiernos piensa en el interés general.” Es aristotélico. (14) También que “En la democracia la revoluciones nacen principalmente del carácter turbulento de los demagogos…” y que “Antiguamente, cuando un mismo personaje era demagogo y general, el gobierno degeneraba fácilmente en tiranía, y casi todos los antiguos tiranos comenzaron por ser demagogos.” Afincándose en éste, la Teoría Cíclica de Polibio afirma que la democracia degenera en demagogia u oclocracia. Aunque la inevitabilidad de esa degeneración suscita críticas comprensibles por simplismo y mecanicismo, eso no es suficiente para dejar de lado la conclusión que es clásica.

Como el gobierno de uno puede desviarse hacia la tiranía y el de unos pocos hacia la oligarquía, el de todos puede hacerlo hacia la demagogia. El imperio de la demagogia trae consigo, como una consecuencia natural, supresión de equilibrios, abandono de políticas necesarias cuyo Norte es el bien común y no solo de una parte, aunque esta sea mayoritaria y, a continuación, agudización de conflictos en la sociedad con riesgo de desembocar en anarquía que, ante el reclamo de orden, acabe en dictadura. De eso no escasean ejemplos en la historia latino americana y universal.

Mi llamado es que en vez de la vanidosa liviandad para apresurarnos a considerar “nuevo” lo que nos interpela, tengamos la humildad de recurrir a la antigua sabiduría para saber que el desafío es tan viejo que siempre ha estado allí, así como el valor para asumir que es en los valores y en la consecuencia con ellos, donde están los antídotos para prevenirlos y para curarlos.

Porque la democracia, en una definición que sigo considerando muy afortunada, “una filosofía de organización política y social que da a los individuos un máximo de libertad y un máximo de responsabilidad.” (15)

1 Presidente del Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro de Caracas. Ponencia presentada en la Universidad Miguel de Cervantes, Santiago de Chile, enero 2013.
2 David Robertson: The Penguin Dictionary of Politics (Penguin. London, 1993)
3 Cas Muddle y Cristóbal Rovira Kaltwasser: Exclusionary vs. Inclusionary Populism: Comparing Contemporary Europe and Latin America. Government and Opposition. Disponible en CJO. doi: 10.117/gov. 2012.11.
4 Karl Marx y Federico Engels: Manifiesto del Partido Comunista 1848 (Digitalizado para el Marx-Engels Internet Archive por José F. Polanco en 1998. http://cabierta.uchile.cl/revista/29)
5 Eduardo Haro Tecglen: Diccionario Político. (Planeta. Barcelona, 1995)
6 En América Latina, y en estos tiempos en muchas partes del mundo, imperio equivale a Estados Unidos, pero en zonas de Europa, el sentimiento nacionalista se anida ante potencias más cercanas como Rusia o Alemania y en Asia ante Japón.
7 Leyes Orgánicas sobre el Poder Popular y el Estado Comunal (Editorial Jurídica Venezolana. Caracas, 2011)
8 El profesor de la UCV Humberto García Larralde ha escrito un grueso y documentado volumen titulado El Fascismo del Siglo XXI. La amenaza totalitaria del proyecto político de Hugo Chávez Frías. (Debate. Caracas, 2008)
9 Guillermo Yepes Boscán: Vetas de la Piedra Angular. Unica-KAS-Cpppc. Maracaibo, 2006.
10 Jacques Maritain: El Hombre y el Estado. Club de Lectores. Buenos Aires, 1984.
11 Pocket World in Figures. 2013 Edition. The Economist. London, 2012.
12 Bernard Crick: In Defense of Politics. Peguin. London, 1964.
13 Vilmar Rocha: La Fascinación del Populismo. Instituto Tancredo Neves-Top Books. Rio de Janeiro, 2008.
14Aristóteles: La Política. Austral. México, 1958.
15 Eugene J. McCarthy: Dictionary of Politics. Penguin. Baltimore, 1968.