Alba ¿Éxito político sustentable? | Ramón Guillermo Aveledo[1]

Hay historias aparentemente nuevas que vistas más de cerca, resultan viejas.

Cuando Fidel Castro propuso a Hugo Chávez el proyecto que sería ALBA, de seguro el veterano y sagaz sobreviviente tenía en mente el extinto Consejo de Mutua Asistencia Económica (CAME) promovido por los soviéticos en 1949, con justificaciones muy similares de solidaridad de los pueblos, cooperación económica y técnico científica, desarrollo de complementariedades o sea de la división socialista internacional del trabajo. Cuba había sido miembro del mismo a raíz de su ampliación por modificación estatutaria en 1962. Incluso el uso del trueque y la creación de lo que en el CAME se denominaba sistema multilateral de pagos, que en el ALBA se llama sistema unitario de compensación regional (SUCRE) tienen, como modos de eludir el intercambio internacional basado en el dólar, su antecedente en el extinto esquema de cooperación entre los países del socialismo real disuelto en 1991. El CAME surgió como alternativa al Plan Marshall y a la economía capitalista, lo mismo que el ALBA nace como Alternativa Bolivariana para las Américas ante el ALCA y sólo después se convertiría en Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TLP).

Chávez, en efecto, planteó en diciembre de 2001 “un modelo que nos integre de verdad” en la III Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe y exactamente tres años después, en diciembre de 2004, él y Castro y sus respectivos cancilleres firmarían en La Habana  la Declaración Conjunta y el Acuerdo de Aplicación del ALBA. Surgía así un instrumento para la política exterior del gobierno de Venezuela y para la política económica del de Cuba.   Oficialmente, en Cuba se sostiene que el fin del llamado período especial, consecuencia en la isla del colapso y disolución de la URSS y el CAME a inicios de los noventas, fue alcanzándose progresivamente entre 1995 y 1997. En realidad, es a partir de 2003 cuando el PIB cubano empieza a crecer sostenidamente, llegando en 2006 a 12.6%, ese año el más alto en América Latina.

El “CAME” latinoamericano y caribeño ha resultado, por la retórica y el permanente énfasis político, más bien una réplica siglo XXI de la Tricontinental y la OLAS[2], claro que ya no hay quien anuncie “uno, dos, tres, cuatro Vietnams” en el continente, porque los petrodólares son un instrumento mucho menos cruento que los AK-47, aunque sirvan para comprarlos en gran cantidad, y porque ninguno muestra disposición de espíritu a inmolarse en una montaña boliviana. Ahora la estrategia es conquistar el poder mediante el voto y después cambiar, de iure o de facto, las reglas para hacerle la vida difícil y poner todos los obstáculos posibles en el camino del adversario constitucional, al que se acusa de “derecha fascista y corrupta”. El difunto Presidente venezolano calificó al ALBA como “la revancha de la política” frente a modelos de integración a partir de la economía.

No es pues el ALBA un competidor, en cuanto zona económica, de la Comunidad Andina de Naciones, de la cual siguen siendo socios Bolivia y Ecuador; ni del Mercosur, al cual se ha sumado Venezuela y hoy lo preside. Tampoco del CARICOM, donde están afiliados Dominica, Antigua & Barbuda y San Vicente & Las Granadinas, o del Sistema de Integración Centroamericano, en el que cierra filas Nicaragua. Ninguno de los países mencionados manifiesta tener planes de retirarse de esos procesos. Cuba, que no es parte de ninguno de ellos ha sido el principal beneficiario económico del ALBA, mientras Venezuela, siendo el principal beneficiario político pues gana aliados internacionales, también es el principal pagador, pues es a su cuenta que se cargan los gastos del acuerdo.

Según cifras oficiales[3], de los 32 millardos de dólares dedicados por el gobierno venezolano a la cooperación con el proyecto, 18.776 millones habían sido para Cuba, y cifras del Banco de Desarrollo Económico y Social de Venezuela (BANDES) indicaban para septiembre de 2011 que el 70% de su fondo para la Cooperación Internacional apoyaba al gobierno cubano.

Desde 2008 se crea el Banco del ALBA como mecanismo de cooperación y complementariedad económica cuyo anuncio se hizo en 2007. Se sabe de los proyectos que ha financiado para incrementar la producción textil boliviana con 20 millones de dólares, reactivar la economía de los países miembros sin indicarse números, y 170 millones de dólares en programas como Alba educación, Alba cultura y Alba salud. Lo que se desconoce es los resultados de esos financiamientos y la situación financiera de la institución. Es distinto del Banco del Sur, donde Venezuela, lo mismo que Argentina y Brasil, aporta dos mil millones de dólares y otros estados contribuyeron con montos menores para un total de diez mil millones. El 12 de junio de este año, el Consejo Ministerial del banco anunció que acordarían el cronograma de entrega de los aportes.

El porvenir del ALBA se oscurece a  medida que la situación fiscal de Venezuela se complica y, en una economía como la venezolana, ello genera impactos negativos en la salud económica del país, pues el Estado es el proveedor de divisas para una economía en la cual el peso del PIB privado ha venido disminuyendo. En la Cumbre del ALBA realizada en Caracas a fines de julio de este año, no se mostraron resultados concretos en términos de integración. Se anunciaron, otra vez, aspiraciones nebulosas hacia adelante y nada sugiere que cambiará un esquema basado en la generosidad de los recursos petroleros venezolanos con la contrapartida de un apoyo político. Como político fue el mensaje central del encuentro: apoyo a Maduro y ataques al sistema interamericano de garantía y defensa de los derechos humanos. Dardos hubo al Acuerdo del Pacífico e ideas más o menos extravagantes como la del Presidente Morales de crear una organización militar multinacional para enfrentar las amenazas de las grandes potencias.

El necesario cambio en la política exterior venezolana que vendría con un nuevo gobierno apuntará hacia la prioridad para el interés del pueblo venezolano, buscando una orientación nacional y no partidista y, en consecuencia, que nos represente a todos, y una actitud sensata hacia la cooperación y la integración sobre bases realistas y contemporáneas. La alternativa democrática venezolana agrupada en la Unidad es demócrata y latinoamericanista, y está comprometida con unas relaciones económicas internacionales  para la prosperidad. Pero es difícil suponer que el ALBA no decaerá antes de la oportunidad constitucional para cambiar de gobierno, porque sus sostenibilidad están en entredicho.

En el hemisferio entero, y en América Latina, hay una institucionalidad basada en valores democráticos, construida colectivamente como expresión de largas luchas, y procesos de integración económica que comprenden los retos, exigencias y oportunidades de la globalización. Cómo marchan con relación a sus propósitos, cuánto avanzan, a qué ritmo y a qué costos, cuáles son sus asignaturas pendientes. Eso debe ocuparnos. Hacer que ellos funcionen cada vez más y mejor, y que tanto la institucionalidad como la integración nunca olviden las demandas de la equidad social, la lucha por superar las desigualdades, es la mejor defensa de la esperanza de que el porvenir pueda mostrarnos como el Mundo Nuevo que prometimos ser.


[1] Profesor Universitario. Secretario Ejecutivo de la Mesa de la Unidad Democrática, coalición de la oposición democrática venezolana.

[2] La Conferencia Tricontinental de La Habana de 1966 y la Organización Latinoamericana de Solidaridad creada en 1967 en la capital cubana, tenía el propósito

[3] Francisco Olivares en El Universal de Caracas (28.9.08), citadas por María Teresa Romero en su ensayo “ALBA, epicentro del proyecto y la diplomacia chavista”, parte de la obra colectiva Democracia, Paz y Desarrollo (La Hoja del Norte. Caracas, 2013)